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La moral es un producto de la evolución (y de la cultura)

Unsplash/Thomas Bonometti, CC BY-SA

Pablo Rodríguez Palenzuela, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

Es posible que el tema de este artículo le parezca chocante o incluso provocador. Tradicionalmente, la moral y la ética han sido una provincia exclusiva de la filosofía y la religión. Sin embargo, en los últimos años la biología ha empezado a ocuparse en serio de estos temas. Después de todo, los humanos somos producto de un largo proceso de evolución biológica, seguido de otro, menos largo, de coevolución biológica y cultural.

En este artículo revisaremos de forma muy breve las investigaciones recientes en torno a tres ideas:

  • Primera: la moral es específicamente humana, aunque en otras especies (pocas) encontramos las emociones que constituyen el fundamento de la misma.

  • Segunda: la moral surgió en la evolución humana como un mecanismo útil para promover la cooperación dentro del grupo.

  • Tercera: existen estructuras en el cerebro implicadas en el pensamiento moral. Este campo está empezando a ser estudiado mediante las técnicas de la neurobiología y se ha visto que las emociones tienen un papel muy relevante.

La moral rudimentaria de la naturaleza

Solo un número pequeño de especies sociales y con un nivel cognitivo alto son capaces de exhibir algunos rudimentos de moral.

Los lobos, por ejemplo, son cazadores sociales que viven en grupos muy cohesionados. Si dos animales del mismo grupo se pelean, el perdedor adopta una postura de “sumisión” que inhibe por completo la agresión del vencedor. En cambio, las peleas entre individuos de diferentes grupos suelen ser mortales.

Una condición necesaria para este proceso es la empatía: la capacidad de un animal para percibir el estado emocional de otro y reaccionar apropiadamente. Los científicos han encontrado evidencias de esta cualidad incluso en ratas y ratones, pero uno de los ejemplos más dramáticos está en cómo los elefantes reaccionan a la muerte de un miembro de la manada.

Más aún, algunas especies de primates parecen tener un concepto intuitivo de “justicia”, como los monos capuchinos. En un experimento, un investigador utilizó un trozo de pepino como recompensa por haber realizado correctamente una tarea. El pepino es aceptado hasta que el animal descubre que su compañero de la jaula contigua está recibiendo algo mucho mejor: una uva. Resulta conmovedor observar la frustración del pobre capuchino ante una injusticia tan flagrante.

La evolución favorece la cooperación

La vieja idea de que la selección natural favorece la competencia entre individuos, la “supervivencia del más fuerte”, es en parte errónea. En algunos casos, la cooperación es esencial para la supervivencia y, por tanto, favorecida por la evolución.

Los humanos somos ultrasociales y cooperativos por naturaleza. El modo de vida de los cazadores-recolectores, dominante durante más del 90 % de nuestra historia como especie, depende por completo de la cohesión del grupo.

Por supuesto, todas las colectividades se enfrentan al mismo dilema: la conducta altruista es esencial para el grupo, pero la conducta egoísta suele ser beneficiosa para el individuo. La moral fue el instrumento que permitió superar los egoísmos individuales en beneficio del grupo: una comunidad muy unida y con un alto grado de parentesco, con un máximo aproximado de 150 personas.

La cooperación ha sido uno de los pilares de nuestro éxito biológico pero, desgraciadamente, tiene límites y tiende a producirse entre los miembros del grupo. Fuera de este es mucho más rara: las mismas fuerzas que nos convirtieron en un animal moral crearon también el tribalismo, que constituye uno de los aspectos más oscuros de la naturaleza humana.

En cambio, emociones universales como la vergüenza y el remordimiento tienen la función de facilitar la conducta altruista. Por ejemplo, el acto de sonrojarse es una señal social que muestra autocrítica y arrepentimiento por una acción. El hecho de que sea involuntario lo hace mucho más creíble.

La moral reside en el cerebro

La resolución de dilemas morales constituye una forma especial de cognición que tiene su asiento en regiones especializadas del cerebro. Se encuentran ligadas a la corteza prefrontal, que es donde residen la mayor parte de las funciones superiores.

La (inusual) asociación entre filósofos y neurobiólogos ha permitido descubrir que los humanos tenemos básicamente dos modos de tomar decisiones morales: una es rápida, intuitiva, emocional y con un marcado carácter personal, y está mediada por el área ventro-medial de la mencionada corteza prefrontal. Pacientes con daños en esta área concreta tienden a tomar decisiones morales más imparciales.

El otro modo de pensamiento, más lento, racional y menos influido por cuestiones personales, parece situarse en el área dorso-lateral de la corteza. La neurobiología de la moral es un área de investigación que se encuentra en su infancia y probablemente nos traiga descubrimientos sorprendentes en los próximos años.

¿Toda esta aproximación biológica se opone a los trabajos de los filósofos de la ética? En absoluto, ya que tiene como objetivo contestar a determinadas preguntas: cómo surgieron los códigos morales, si constituyen una adaptación en el sentido biológico y cuáles son los procesos neurobiológicos implicados.

Para los filósofos que han contribuido a este campo, desde Kant a Peter Singer, el problema consiste en discernir qué códigos son mejores que otros y por qué. De hecho, el gran reto de la filosofía moral es encontrar fórmulas que permitan la coexistencia pacífica de grupos con sistemas morales muy diferentes. El enfoque biológico puede iluminar algunos aspectos, pero en ningún caso puede sustituir a la ética.The Conversation

Pablo Rodríguez Palenzuela, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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